
El fenómeno de los muñecos Labubu irrumpió con una fuerza inusitada en el mercado infantil, y con ganancias de cientos de millones de dólares para su industria creadora, Pop Mart. Pero ¿qué hace tan codiciados a estos peculiares muñecos? Más allá de una simple moda, su éxito reside en una intrincada combinación de diseño y proceso de adquisición, elementos curiosamente conectados con la dopamina y la química de nuestro cerebro.
Desde un fascinante artículo del medio Vox, exploraron estos motivos emocionales y fisiológicos que hacen únicos a los tan codiciados muñecos Labubu. Una clave de su arrollador atractivo es su diseño intencionalmente divisorio. Los Labubu exhiben rasgos del «baby schema» (características infantiles como ojos y cabezas grandes), que desencadenan sinapsis parentales y euforia en nuestros cerebros.
Sin embargo, esta dulzura inicial contrasta con elementos que muchos encuentran inquietantes, como bocas que se extienden casi de oreja a oreja, cejas prominentes, pequeñas garras y dientes afilados. Tyler Renner, un coleccionista consultado por el medio citado, los describe como «muy lindos, feos».
Un diseño que divide al público
Según expertos, la polarización intensa que generan, e incluso el «odio» manifiesto, «en realidad los hace más fuertes» y «alimenta el deseo». Vincent Scala, diseñador de juguetes, afirma que «ser tan intensamente polarizante es lo que hace que los Labubus tengan tanto éxito». «Si los Labubus mismos fueran ignorables, si las reacciones que provocaran fueran simplemente tibias, no inspirarían un anhelo tan profundo», explicó.
No son juguetes tradicionales; su propósito es ser vistos, exhibidos y a menudo personalizados. El artista original, Kasing Lung, buscaba crear «personajes que se sienten tanto familiares como misteriosos», con un diseño «juguetón pero no perfecto — ella tiene dientes afilados, pelaje desordenado y un poco de energía salvaje». Poseer uno, además, puede conferir estatus social o un sentido de pertenencia.
Los procesos químicos detrás del deseo
La conexión con la dopamina y la química cerebral es central en el fenómeno Labubu. El proceso de compra de estos muñecos, vendidos en ediciones limitadas que se agotan en minutos, se compara con el juego de azar. Sus creadores los hacen deliberadamente difíciles de conseguir, lo que dispara el deseo y esa «fiebre de la persecución». Los coleccionistas deben ser rápidos y estratégicos para obtenerlos, o pagar precios altos en reventa.
Además, se venden en «blind boxes» (cajas ciegas), donde el contenido es un misterio hasta que se abre. Este componente de aleatoriedad, la escasez orquestada y la gratificación o decepción instantánea activan «los mismos mecanismos psicológicos y emocionales que el juego». Ginger Pennington, profesora de psicología del consumidor, explica que esta dinámica explota la «descarga de dopamina con un resultado negativo».
«Aunque es muy decepcionante no conseguir un Labubu, o conseguir uno que ya tienes, en realidad no disminuye tu motivación. Solo hace que quieras ir e intentarlo de nuevo» afirmó Pennington. Los coleccionistas se centran en la parte que generó mayor satisfacción. Jared Watson, profesor de la NYU Stern School of Business, añade que «no sientes el mismo tipo de emoción cuando todo el mundo está al tanto del secreto».
Fuente: La Gaceta