
A cada templo, basílica, catedral y capilla, el Arzobispado de Tucumán le dio la libertad de organizar su propia despedida al papa Francisco. Y en la parroquia San Pedro Nolasco se encendió una luz, en medio del luto. En el silencio de la medianoche del sábado, sus puertas se abrieron para recibir a todos los fieles que desearan seguir el minuto a minuto del último adiós al pontífice argentino.
Las campanas tañeron por primera vez allí, cuando en Roma inició la misa que marcaría la despedida. A más de 11.000 kilómetros, en Villa Alem, un proyector acercó a los tucumanos ese momento. Dentro del templo, mates pasaban de mano en mano, mientras una mesa con café ofrecía abrigo a quienes se acercaban. Había poco más de 20 personas de todas las edades: miembros de la comunidad parroquial y también vecinos de El Colmenar.

En el centro de este escenario, una luz tenue alumbraba lo que alguna vez fueron regalos del pontífice para el párroco Pablo Ordoñe, y hoy son reliquias que se atesoraran en esa Iglesia con gran cariño.
«Esta vigilia se organizó desde la comunidad», contó sacerdote a LA GACETA. «Hubo un equipo interministerial que preparó tres momentos: primero, conocer a Jorge Mario Bergoglio; luego, acercarnos a los acentos más importantes de su Magisterio; y finalmente, profundizar en la Palabra de Dios que lo sostuvo. Sobre todo en Mateo 25: ‘Tuve hambre y me diste de comer’, y en las Bienaventuranzas, que creemos que él vivió en carne propia», explicó.
Para el párroco, la despedida era un imperativo del corazón. «Es como despedir a un padre, a un abuelo, a alguien tan nuestro. Es la mejor manera de honrar su estilo de Iglesia: una Iglesia de encuentro, de diálogo, de vida compartida», destacó.
«Esta noche rezamos por Francisco, como él mismo nos pidió. El centro es él, su entrega, su apertura, sus puentes tendidos a la casa común, a la diversidad, a cada rincón de la humanidad. A todos los aprendizajes que nos dejó», concluyó.
Momentos de emoción
Cuando por primera vez el incienso se elevaba hacia el cielo en la Plaza San Pedro como símbolo de la oración colectiva, en la capilla hubo algunas lágrimas silenciosas. Nadie parecía cansado, aunque el reloj marcaba las 5.10 y nadie había dormido.
No hubo aplausos durante la homilía, como sí ocurría en Roma. En cambio, un silencio pesado, lleno de miradas bajas, acompañaba cada palabra.

Al iniciar la liturgia de la Eucaristía, el párroco se vistió con su casulla blanca y estola roja para ofrecer la comunión. Más tarde, cuando las imágenes transmitieron el momento en que Francisco dejaba la Plaza San Pedro, toda la comunidad se puso de pie en aplausos. Esta vez sí, tal y como ocurría en el Vaticano.
Las campanas volvieron a sonar, y volvieron a aflorar las lágrimas. Esta vez más pesadas, con algunos sollozos, y unos cuantos abrazos que buscaban reconfortar el último adiós a un hombre que supo marcar corazones, con generosidad y humildad. Fue un instante profundamente emotivo.
El final
Mientras amanecía en Tucumán, el camino del Papa hacia Santa María la Mayor se transmitía en pantalla grande. Entre quienes resistieron toda la noche estaban muchos jóvenes. Y sus palabras resonaron con fuerza, como un eco de la semilla que Francisco sembró en ellos.
«Esta vigilia es una forma de honrar lo que el Papa dejó en nuestro corazón», expresó Ignacio Benjamín Raffo, de 17 años. «Con él entendí que él valoraba tanto a los jóvenes como a los mayores, y nos enseñó que debemos expresarnos más, dejar de lado las reservas, y reconocer que tenemos mucho para aportar».
«Francisco nos mostró la verdadera misericordia, esa que no se limita a cumplir reglas, sino que implica salir al encuentro del desamparado, del pobre, de la familia herida. Nos enseñó a vaciarnos de nosotros mismos para ser instrumentos de Dios», compartió Lucía, de 20 años.
«Francisco nos invitó a hacer lío en la Jornada Mundial de la Juventud hace 12 años, a no quedarnos callados. Nos dejó la encíclica “Laudato Si”, donde nos llama a cuidar la casa común. Participar de esta vigilia fue muy movilizante: fue reencontrarnos, devolverle algo de todo lo que nos dio, ver en los demás el rostro de Jesús, y aceptarnos unos a otros como él nos enseñó», remarcó Flor Banegas, de 32 años.
En Tucumán amaneció solo unos minutos antes de que el Papa argentino llegue a su última morada. Y en Roma cuarenta rosas blancas lo acompañaron en manos invisibilizadas, (las de los pobres, los presos, los migrantes, las personas transgénero). Es justamente en ese gesto donde el mensaje que le dejó a esos jóvenes se vuelve eterno: los últimos serán los primeros.
Como su inspirador, San Francisco de Asís, Bergoglio eligió la humildad como trinchera y la ternura como revolución. Francisco fue despedido por quienes más amó y defendió. En el corazón del Vaticano, y en un barrio trabajador de San Miguel de Tucumán.
Tal vez, cuando el silencio vuelva a hacerse en la Plaza San Pedro, o en la parroquia San Pedro Nolasco, una de esas rosas caiga al suelo… y, en lugar de marchitarse, eche raíces.
Fuente: La Gaceta
