
En Tucumán, la boleta de la luz dejó hace tiempo de ser solo un gasto mensual para transformarse en un símbolo del malestar cotidiano. La provincia aparece de manera recurrente entre las que pagan la energía eléctrica más cara del país, mientras que EDET se consolidó como una de las empresas con peor imagen pública entre los usuarios.
El fenómeno no es nuevo ni responde a una sola causa, afirman desde el medio de comunicación CONTEXTO. Se trata de un problema estructural que combina dependencia energética, costos elevados y falta de respuestas visibles, en un contexto económico cada vez más ajustado para familias y comercios.
Dependencia energética, costos de distribución y quita de subsidios
Uno de los factores centrales es que Tucumán no genera energía en volúmenes significativos y depende casi por completo del sistema interconectado nacional. Esa dependencia implica mayores costos de transporte y una exposición directa a las subas definidas a nivel nacional, sin herramientas locales para amortiguarlas.
A esto se suma el peso del Valor Agregado de Distribución (VAD), uno de los componentes que más encarece la factura. Allí se concentran los costos operativos, el mantenimiento y la rentabilidad de la empresa distribuidora. En la práctica, el usuario no solo paga la energía que consume, sino un sistema de distribución caro y con serios problemas de infraestructura.
La quita progresiva de subsidios terminó de agravar el escenario. En Tucumán, el impacto fue directo y rápido: hogares de ingresos medios pasaron en pocos meses de pagar boletas manejables a enfrentar montos difíciles de afrontar, sobre todo en verano, cuando el consumo se dispara por el calor extremo, o en invierno, cuando el uso de artefactos eléctricos se vuelve indispensable.
Cortes, mala atención y la falta de control que alimenta el rechazo
El aumento del precio no vino acompañado de una mejora en la calidad del servicio. Los cortes de luz se volvieron parte de la rutina, especialmente en épocas de alta demanda o ante tormentas. Barrios enteros quedan sin suministro durante horas -a veces días-, con consecuencias directas: alimentos que se pierden, falta de agua por bombas que no funcionan, comercios paralizados y familias afectadas.
Ese escenario explica buena parte del rechazo hacia EDET. A las tarifas altas se suma una atención al cliente deficiente, reclamos que no prosperan y una comunicación casi inexistente ante los problemas. Para muchos usuarios, la experiencia se repite: pagar una factura elevada y quedarse sin servicio cuando más se lo necesita.
El malestar también está atravesado por la percepción de falta de control estatal. Como concesionaria monopólica, EDET no tiene competencia y el usuario no cuenta con alternativas. El ente regulador, a los ojos de gran parte de la sociedad, actúa tarde o con escasa firmeza, lo que refuerza la sensación de impunidad.
En un contexto de salarios atrasados frente a la inflación y costo de vida en alza, la boleta de la luz se convirtió en una de las principales preocupaciones de los hogares tucumanos y en un costo asfixiante para comerciantes y pymes. Mientras no se revise de fondo el esquema eléctrico provincial, no se transparenten los costos reales y no se garantice un servicio acorde a lo que se cobra, Tucumán seguirá pagando una de las energías más caras del país y EDET continuará siendo el rostro visible de un sistema que no funciona.
